A la media noche una cacerola.
Una cacerola vacía de contenido, pero llena de rabia.
Alguien golpea la cacerola pensando que así la llenará de otra cosa, pero no sabe que de tanto golpear en vez de llenarla le hace un agujero.
Y en ese agujero, caemos todos. Los malos, los buenos. Los asesinos y los injustamente condenados. Y los pobres, sólo los pobres.
Cada cual golpea su cacerola y van apareciendo más y más golpes de cacerola.
Pero todos los golpeteos son diferentes, como si cada uno tuviera el golpe verdadero, aquel que desde su pedestal de verdad se anima a dictaminar quien merecerá su paso hacia el agujero, su dictamen de super hombre.
Y así, de tanto en tanto irán cayendo por el agujero los asesinos, los injustamente condenados, los malos, los buenos y los pobres, siempre pobres.
Como un goteo esquizofrenico que mantiene la sed de venganza a raya.
Hasta que algún día le tocará al dueño de la cacerola caer por el agujero, porque habrá caído sobre él el dictamen de otro super hombre, que seguramente tenga una cacerola más grande y un golpe más fuerte.